Esta
semana el Presidente de México Enrique Peña Nieto promulgó la nueva Ley General
de Transparencia, la cual calificó, como el primer pasó para tener un gobierno
abierto. Sin embargo, efectivamente hablamos de un primer paso, pues ésta no
debe ser vista como una conquista, sino como apenas un marco que deberá
llevarnos a la implementación de políticas y de prácticas encaminadas a
transparentar la actuación de quienes nos gobiernan o nos representan.
Por
principio parece un tanto irónico que tengamos que poner cada vez más candados
para frenar las malas actuaciones de quienes nos gobiernan, pero además que
tengamos que estar forzando a la transparencia a quienes nos representan,
cuando como ciudadanos esperaríamos que
la rendición de cuentas se diera por convicción y no por obligación.
Aun
así, de esta nueva ley, podemos destacar varios aspectos, el primero de ellos y
un avance fundamental, que convierte a los sindicatos en sujetos obligados a
transparentar su información financiera, los convenios y acuerdos logrados con
el patrón, el patrimonio del sindicato y en general, lo relacionado con su
labor de representación.
Otro
aspecto importante es que obliga a los legisladores a dar detalles del dinero
público que reciben por concepto de bonos, ingresos, prestaciones, primas y
gratificaciones, es decir que termina con las famosas partidas discrecionales y
el reparto de dinero público en los "oscurito" por parte de los
Diputados y Senadores, aunque no termina en sí, con el reparto.
Esta
nueva Ley da, además, mayores atribuciones a los órganos garantes de la
transparencia y contempla sanciones para quienes no cumplan con lo establecido
en la misma.
La
norma marca 15 causas de sanción, entre ellas, no responder a solicitudes de
información en los plazos señalados, ocultar, alterar, mutilar o destruir sin
causa la información que tengan bajo su custodia los sujetos obligados.
También,
entregar información incompleta o en formato no accesible, o intimidar a los
solicitantes de información, serán motivos de castigo.
Las
multas van de los 250 a los 1,500 días de salario mínimo según sea el caso.
Se
aplicará multa adicional de hasta 50 días de salario mínimo por día, a quien
reincida.
El
avance normativo es innegable, pero con toda ley viene el reto de llevarla a la
práctica, hacerla cumplir y complementarla de tal manera que realmente sea una
herramienta de transformación.
Con
todas las historias de corrupción y malos manejos que se escriben en la función
pública en nuestro país, una legislación de este tipo resultaba impostergable,
esperemos que dé buenos frutos.
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